Fernando Luis Chivite
Baile del sol, 2016
194 páginas
La contraportada dice: "Podríamos decir que se trata de una novela de personajes secundarios cuyas trayectorias vitales se entrecruzan durante un instante y luego se pierden. Una obra sobre el transitar en el mundo de hoy, atravesada por un cierto existencialismo contemporáneo y escrita en el tono inmediato y urgente de la primera persona, con una prosa transparente, de frases cortas y lectura rápida".
En octubre de 2009 abrí este blog con una sola intención: hablar de un libro de poemas y de un escritor que me fascina. Digo fascina, porque Fernando Luis Chivite consigue hacerme creer que todo lo que escribe lo hace pensando en mí, para que me sienta menos sola en el Universo. Digo Universo, así a lo grande, porque este escritor sabe hablar de lo pequeño con una delicadeza inusual en estos tiempos de reír demasiado alto, de hacer partícipes al mundo a voz en grito de nuestras miserias (tecnología punta made in corea mediante) en la cola del súper, en la parada del bus y hasta en la sala de cualquier tanatorio.
Chivite, sin embargo, sabe abrir ciertas rendijas para iluminar lo justo, para que veamos qué sucede en esa zona del cerebro: Ese semisótano mal iluminado (dijo una vez) que todos llevamos dentro. En esta novela, una vez más, le es suficiente señalar con el dedo sin necesidad de hurgar en lo malsano para que sus personajes nos dejen ver todo lo que esconden, dócilmente, sutilmente, en un susurro.
Un hombre llega a Berlín, alquila una habitación y espera a que pasen cosas a su alrededor para poder mirarlas. Se mira, pero no se toca, parece el lema de este hombre. Hay otro hombre, un tal Furey (quizá el anciano que pudo ser aquel otro joven Furey de Los muertos si hubiera sobrevivido al frío) y una chica que usa zapatos de verano en pleno invierno. Así son sus personajes, los de Chivite, elegantemente excéntricos. Personajes que no huyen, sólo se alejan, toman perspectiva, observan, hablan de cosas normales en la cocina y beben vino en vaso. Eso me gusta de él, que hace beber vino en vaso a sus personajes, sin ceremonias.
Escribir sin ceremonia, vivir sin ceremonia, sin retórica. Vivir, escribir y saber acompañar sin habérselo propuesto. ¿Qué más podríamos pedir a nuestros escritores favoritos?