(entrada al auténtico país de las maravillas; foto web) |
Lo primero que hago cuando me publican un libro es guardar un ejemplar para mi biblioteca de cabecera, la Biblioteca Miguel de Cevantes de Fuengirola, esa que está junto al zoo.
Cuando visito institutos siempre intento contagiar mi entusiasmo, el enorme placer que siento al sacar libros de una biblioteca. (Tambien es verdad que algunos acabo comparándolos porque los quiero pa'mí pa'siempre).
Mi querido Mateo, el de Diario del asco, hubiera acabado muy mal (peor) si no llega a ser por una biblioteca pública. Mientras escribía la novela tenía en mente la Casa de la Cultura de calle Alcazabilla, donde pasé tantas horas soñando gratis. Yo también hubiese acabado muy mal (peor) sin ella.
Sanidad pública, educacion pública y bibliotecas públicas. No creo que se pueda decir nada mejor de un país.
Pero claro, siempre habrá quien no tenga suficiente con mansión y cuenta coriente millonaria, y arañe las paredes de los tabloides para que Cedro le ingrese unos euritos de más por los libros que se prestan en su nombre.
Qué cutre, ¿no?
"De cada cual, según sus capacidades; a cada cual según sus necesidades", he recordado de repente.
También me he acordado del zoo. No estoy segura, pero creo que ha quedado una plaza libre.