Hay días en los que te levantas con el último sueño pegado al esternón, y no era bueno. Hay días en los que el techo amenaza tormenta a pesar de que en la terraza ría un mirlo. Hay días en los que te preguntas el paraqué de las cosas (el porqué ya está más que superado). ¿Para qué publicar? Ayer tuve la respuesta en la palma de mi mano.
Abro el buzón y encuentro un sobre abultado, lo abro en el ascensor, parece una piedra (sé que no hay nada más descabellado que enviar piedras por correo; yo también lo hago). Una nota dice, "esta piedra te ha llamado por tu nombre, es de un río del norte recubierta de fieltro verde". Pienso en una piedra con musgo. Al desdoblar el papel de regalo veo algo parecido a una bola de lana. La aprieto entre los dedos. Efectivamente dentro hay algo duro. No hay nada más descabelladamente hermoso que forrar una piedra con fieltro.
Pienso en cuando me dio por usar una botella de Coca-Cola como aceitero. Pienso en Méret Oppenheim. Le digo a Alberto que cierre los ojos, se la pongo en la mano y le digo: esta es la respuesta, para esto publico.
Si sólo hubiera escrito y guardado, jamás habría conocido a Marta y Marta jamás me habría presentado a Ana, ni Ana me hubiera enviado esta piedra. Publicar ha sido, y espero que lo siga siendo, emitir en una frecuencia que sólo captan los míos, los que piensan que forrar y enviar piedras por correo es descabellado, pero lo hacen de todos modos. "El hombre no quiere estar solo en el universo", decía Bowles. Seguro que el viejo llevaba alguna piedra del desierto en el bolsillo. Pero estoy segura de que no era una piedra tan hermosa como la mía.
Por cierto, Ana Soto es una artista extraordinaria.