(qué simpático rokelín) |
Comienza abril. Me bailan los pantalones mientras suena Simulacro (y que no hay una vida en serio y otra vida de licencia), me mido la cintura, 70 centímetros (como si yo tuviera el don de vivir por mí dos veces / de haber dejado a un lado la que importa en prenda de una vez futura). Ayer por la tarde murió Rafael Berrio. Sus canciones me han servido siempre para ponerme en marcha (qué vida será la que prolongue o dé segundas funciones), hoy también.
Noticias del espacio exterior. Federico del Barrio me cuenta que está un poco mustio, que le resulta aplastante oír las noticias y procura evadirse viendo películas del Oeste. Le recuerdan a la infancia, cuando estaba con gripe y se quedaba en casa viendo la tele y leyendo tebeos. Para su madre la buena comida lo curaba todo. En su casa había un plato de adorno que decía: "Las mejores inyecciones son los chorizos y los jamones". Mi madre confiaba totalmente en las virtudes del jamón. Esto sí lo he heredado yo, me dice, pero ahora tampoco lo veo con demasiada ilusión. A mi pregunta semanal, ¿Qué has echado de menos estos últimos días?, su respuesta es clara: la ilusión por el jamón.
Verdoy está contento. El ayuntamiento de El Prat se hace cargo de las nóminas de todos los trabajadores de las escuelas municipales mientras dure la confinación.
Será la primavera más silenciosa de nuestras vidas, me dice Gallero. Sin embargo, si alguien me preguntara qué he echado de menos estos últimos 18 días diría: el silencio. No estoy acostumbrada a que el teléfono suene, ni a oír hablar atropelladamente durante más de una hora. El ruido y la velocidad me agotan. Ya he dicho que a partir del día 12 voy a confinarme voluntariamente, dos semanitas más, en una habitación vacía.