(calimero era tonto) |
Me cuenta mi amiga Nené que lo que más echa de menos son los achuchones. Y de más esa tristeza que se ha instalado en cada uno de nosotros y que cuando bajamos al súper, aunque estemos suficientemente separados, se engorda y espesa. Vio caras serias, dice, y gritó un ¡Buenos días! que los dejó temblando.
Ay, qué voz tan bonita, dice mi tía cuando la llamo. Es mi voz de siempre. Comparada con la voz que todos llevan a cuesta (aquí no me incluyo) sí que debe parecer bonita, pienso y me pongo una medalla de papel Albal, ea. También he notado que hay quien dice un Diga normal y después oscurece la voz. Patético, repugnante.
Llamo a mi madre. Holan, dice (desde hace tiempo hablamos así Holan, Adiol, Besitol para todol, medio chiquitistaní medio nada, por reírnos). No soy adoptada, pienso, salgo 100% a mi madre. Su voz tampoco ha cambiado, ni su risa, ni su Yo no voy a morirme nunca y si me muero angelitos al cielo. Y su risa otra vez, la risa de mi madre. ¿Cómo está papá? Dice que peor, qué va a decir, aunque se hubiera despertado hoy dando saltos diría que peor. Al 100%, sí.
Al barrer bajo la cama he pensado que estoy has-taa-quí del calimerismo. No pienso volver a responder a ningún mail catastrofista. Menuda criba. No es momento de quejas ni de debates siquiera. Es momento de sacar lo bueno (quien lo tenga) y reponer la alegría como ya han repuesto en supermercados el maldito papel higiénico. Estos días de lupa van a dejar a la vista lo peor de cada cual. El monstruo del maleducado, el derrotismo del cenizo, el tonto de solemnidad del metemierda de pacotilla. Afortunadamente el mundo no lo mueven ellos. "Porque seremos cientos por cada uno de los vuestros", cantaban Los planetas. Me voy a bailar. Mamá, ¿vienel? Voyl.