Ángelo Néstore y yo, cual estrellas de cine. |
Feria del libro. Noviembre, día de sol después de tres días de lluvia. Mucho mérito montar una mini Feria del Libro con firmas de autores malagueños, sí señor.
Por la mañana Miguel Ángel Oeste con Carlota quiere leer, la historia de una tigresa blanca que vive en el zoo. Me da su nueva novela Arena (finalista del Tusquets). Leo la dedicatoria camino a casa. Oeste es todo amor, aunque creo que intenta disimularlo.
Por la tarde me tocaba firmar Diario del asco. Sabía que vendrían cuatro amigos. Lo que no sabía era que firmaría un montón. Ojalá recordara los nombres de todas esas personas. Me acuerdo de los ojos de Mario Guerrero. Por lo que la mascarilla me dejaba ver, tendrá veinte años. Le había puesto un Ex-libris a su ejemplar. Me contó que había estado en las dos presentaciones, que le gustaba oírme hablar, que espera esa tercera parte de Beturge, que quiere leer esa historia de dos personas que se encuentran en un portal y hablan y hablan. Me lo habría comido a besos.
Varias lectoras me animaron a que volviera a los poemas.
Soy mejicano, me dijo un chico muy guapo. Había leído Una casa en Bleturge y quería conocerme. Quiso que la dedicatoria fuera para su chica y para él. Mientras escribo, Para Sonia y Elías, pienso en esos libros que he dedicado a parejas, si seguirán juntas. Se notaba que quería hablar, pero había cola y tuvo el detalle de no acaparar el tiempo. Le debo un abrazo.
Una chica (¿Laura?) preguntó por mi opinión personal sobre el suicidio. Pienso como Mateo, le dije, solo que yo tengo más sangre, soy más curiosa, y quisiera seguir aquí hasta los 80. Las dos coincidimos en que habría que hablar más del tema.
Así toda la tarde. Ahora me pregunto si esas personas que se acercaron a hablar conmigo habrán pesando alguna vez en suicidarse. Si me preguntaran qué tenían en común diría que la mirada, brillante y serena. Como si todas y todos guardaran un secreto muy valioso. No sé cuál es ese secreto, pero sé que yo también lo guardo. Quizá sea eso lo que nos mantiene con vida.
Cuando estaba llegando a la caseta me paró Antonio Montes. A Antonio lo conocí gracias al premio de microrrelatos que organiza Metro Málaga. Yo era jurado y su microrrelato ganó por goleada. Se llama igual que el autor de El grito y también escribe, aunque me da que no cree demasiado en él. Lo agarraría de los hombros, lo zarandearía, le diría, ¡escribe, escribe, escribe!
No reconocí a Sonia, una compañera de cuando estudiaba diseño. Sonia tenía una melena negra rizada envidiable. Se ha cortado el pelo como un niño chico, ha dejado atrás la tiranía del tinte. Bellísima.
Javi Martín trajo a un amigo, Quique, y lo obligó a comprarse el libro. Compró otro para su amiga Martina. A Javi lo conocí en el instituto, era amigo de mi amigo Jurdi. Pasaba más tiempo con nosotros en las gradas que en Maristas (donde en realidad estudiaba). Él no lo sabe pero uno de mis momentos favoritos de mi vida es con él: Principios de los 80, empezaban a llevarse las minifaldas y yo me había puesto una camiseta de dibujos geométricos que sólo me tapaba la mitad de los muslos, un cinturón blanco muy fino y unas bailarinas que me quedaban grandes. No sé dónde fuimos ni qué hicimos, sólo recuerdo que volvíamos a casa, llegábamos tarde y Javi y Jurdi echaron a correr. Se me salían. Cada uno me cogió de una mano y corrimos Lagunillas arriba ahogados de la risa, parando cada veinte metros a recoger mis zapatos que se habían quedado atrás. Nunca me he reído tanto en mi vida como en aquella época. Eran dos máquinas de hacer chistes. Nunca llegamos a hablar en serio, en realidad no sé si hemos hablado de verdad alguna vez. En la presentación de Diario del asco Javi me dijo: Yo soy Mateo.